domingo, 12 de febrero de 2012

Españoladas

Resulta que nos hemos quedado patidifusos con la reacción de nuestra clase política frente a los guiñoles de un programa televisivo francés. En ellos se parodia la sentencia contra Alberto Contador, y extiende sobre otros deportistas españoles el mismo tipo de chiste: que se dopan y que por eso son tan buenos.

Uno de los videos, a modo de ejemplo, muestra a Alberto Contador echando su orina en el depósito de su coche. Acto seguido arranca y toma la velocidad que ni el rayo.

Dé la risa o no, lo que parece de Cine de Barrio ha sido la "españolada" reacción del ministro de exteriores (no recuerdo el nombre, perdón) y la del de educación y "cultura" y "deportes" (nuestro bien querido hombre-Wert). Lo han tratado como una cuestión de Estado (con mayúsculas de serio), con quejas formales a las embajadas y todo el aparato mediático posible para que los españoles nos "indignemos" contra unos muñecos en lugar de hacerlo contra los padres de la nueva reforma laboral...

Más allá de la cortina de humo y tinta de calamar a la que nos tienen acostumbrados estos protohombres políticos, resulta importantísimo comprobar que vuelve, como el Baron Dandy y el Brumel, algunos valores patrios de corte calderoniano. En efecto, el honor está de nuevo aquí. Como buenos castellanos viejos no tendremos ni un duro para comer, pero nuestro honor... De reírse ni "mu".
En el magnífico y escalrecedor libro El nombre de la rosa de Umberto Eco (1980), gran parte de la trama gira en torno al castigo con la muerte que sufren los monjes que se atreven a leer un libro de Aristóteles sobre la comedia (un libro prohibido por la iglesia, claro).

¿Qué peligro tenía esa "risa"? Para no destripar el argumento sólo diré que en el contexto de la Edad Media la cosa no estaba para muchas risas, pero lo fundamental tal y como lo presenta Eco: se trataba de evitar que nadie se pudiese reír de los poderes establecidos mediante el miedo y la fuerza. Recapitulando: que si uno se ríe de lo que tiene miedo, ese miedo pierde operatividad y se puede cuestionar la procedencia y legitimidad de esa imposición.

Volviendo a la "españolada" del hombre-Wert y compañía, creo firmemente que parte de su política e ideario cultural es el de no reírse mucho, inoculando en los medios de comunicación que somos un país muy muy muy serio, que se toma todo en serio, y que a serios no nos gana ni el Tato. ¿Por qué nosotros lo valemos? No, porque nosotros tenemos honra, etc.

Lejos de lo que pueda parecer, y para no hacernos los "modernos", el hombre-Wert y sus congéneres tienen mucho de aristotélicos también ya que, en breves trazos, la comedia servía en origen para reírse de temas "sin importancia" y con personajes generalmente de "clase baja o popular (no del PP)". La tragedia, sin embargo, era temas de gravísima importancia y sus protagonistas eran nobles y de "clase alta". ¿Será entonces que el hombre-Wert ha hecho de una comedia una tragedia? Pudiera ser. O también que a los deportistas de un barrio de Móstoles o Triana se les haya convertido en personajes de alta alcurnia y, por lo tanto, intocables... como el quejarse por la nueva reforma laboral...


Y como acabaría el Cine de Barrio: chan, chaaaaan.



Salud.

M.L.










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